“Inmigrantes”
Llegaron con sus mujeres y sus hijos.
Otros, vinieron solos o con algún amigo,
desembarcaron en el puerto con el corazón confuso
y los ojos cansados de tanto mar y tanto viento.
Trajeron sus canciones y sus bailes,
sus idiomas, sus ritos, sus rituales, sus dioses eternos,
trajeron todo lo que pudieron, hasta sus vicios
y todos los juegos que aprendieron de niños
para matar el tiempo, el tiempo adverso.
Tenían olor a otras tierras y semillas en las valijas
el oficio de sus antepasados, para enfrentar el futuro
y esa antigua y milenaria costumbre
de sobrevivir a las guerras, a la peste,
a la miseria, a las persecuciones.
Tenían nombres y apellidos difíciles de pronunciar
y difíciles de escribir
que fueron fácilmente deformados
por los inspectores de aduana.
Eran campesinos, carpinteros, albañiles,
artesanos, eran profesionales con títulos
y orgullosos trabajadores de cualquier cosa
sin títulos y sin blasones.
Eran expertos en sacrificarse todo el día del mes, de todos los años,
de hacerle frente al mal tiempo y a la mala suerte,
con la pala en la mano y un canto en la voz,
era gente extraña
en un país lleno de extraños.
Peritos de la abnegación, obstinados, cabezas duras
capaces de sacar agua del desierto y tierra de las aguas
de convertir médanos en jardines y perforar montañas
para acortar los caminos del sufrimiento.
Y crearon ciudades, curaron enfermos,
levantaron sus iglesias y sus templos,
derribaron árboles y con la madera de esos árboles
hasta hicieron sus propios ataúdes.
Llegaron para hacerse a América en un par de años,
con la idea fija de regresar cada uno a su pueblo,
pero aquí se quedaron para siempre, aquí murieron
sin haber olvidado nunca el idioma natal
sin haber aprendido bien nunca el nuevo idioma.
Aquí tuvieron más hijos y éstos otros más
que fueron sus nietos, y éstos muchos más
hasta poblar este desolado y vacío país,
de doctores y médicos, de poetas y cantores, de músicos y bailarines
de trabajadores pacientes, de abnegados campesinos, /
de ingenieros y albañiles, de hábiles artesanos y sublimes artistas...
Que heredaron esa antigua milenaria costumbre
de sobrevivir a la guerra, a la peste, al hambre,
a las persecuciones en un país que busca su identidad en el monte, en el altiplano.
Que busca su pasado entre las ruinas de otras arquitecturas,
en el sonido de otros instrumentos,
en la historia de otras historias, menos en los barcos,
en esos viejos barcos que un día cruzaron milagrosamente el océano
con un cargamento enorme de pequeños y grandes inmigrantes.
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