Historia de vida sobre caballos baguales.
Hace un tiempo, había combinado
con el señor Pedro Juárez (un gaucho de los antes) que me esperaría en la costa
sur del río Negro con una yunta de caballos de andar.
Sin pensarlo más traqueamos para
el sur, era el mes de abril de 1957. Ya las tardes se iban acortando, así que
al atardecer llegamos a un charco barroso rodeado de unas matas de monte que se
encontraba sobre la planicie; dos perros que nos acompañaban querían tomar agua
allí, y mi compañero los echó del lugar. Le preguntó: ¿por qué hace eso? y me
contesta: primero tenemos que sacar agua para nosotros. Luego hizo n fuego y
usando él un tacho de pava, preparó unos mates que compartimos. Yo también me
moría de sed.
Entre mate y mate, y que
conversamos un poco, empezó a oscurecer. Los perros se levantaron y se pusieron
a ladrar a un hombre que andaba a pie, que nos dijo: -“Buenas noches”, se
trataba del señor Enrique López, quien era muy gaucho; solía soltar el caballo
y lo agarraba en el campo, como lo hizo en esa ocasión. Nosotros atamos las
cabalgaduras en un monte de olivillos mientras conversaba con el paisano
conocido, le encargo si podía conseguirme un bagual overo, a lo que me contestó
que iba a tratar de bolearme uno. Cerca de donde acampábamos dijo haber visto
dormitando a la manada de Paleta Blanca; a las distintas manadas de caballos
las van denominando de acuerdo a características de alguno de sus componentes.
En este caso se trata de las del cojudo de pelaje zaino con la particularidad
de tener una paleta blanca, se trataba de un animal bastante viejo. Si habría
gambeteado tiros de boleadoras, pero no pudo gambetearle al destino, pues
apareció muerto en la costa del río a consecuencia del gusano del cuajo, según
mi informante.
Durante la noche y habiendo
pasado mucho frío, sentí como se levantaba “Don Pedro” y me cobijaba con un
ponchito, un perro echado a mis pies aumentaba el calor de mi cuerpo.
Así fue pasando la noche y apenas
amaneció, después de unos mates, ensillamos. Nuestros caballos también habían
pasado una mala noche, se habían enredado, estaban entumecidos y con el lomo
escarchado. Rumbeamos el charco “La
Espuela ”. A poco de andar, me dice Don Pedro: -“Ahí tiene a
sus baguales” y poniendo la pierna sobre la cruz del animal, se pone a liar un
cigarrillo (aún hoy me parece verlo en tal postura).
Mis ojos no daban abasto viendo
caballos por todos lados, dos yeguas torbillas inmóviles como estatuas mientras
el padrillo se paseaba delante de ellas. A mi izquierda una tropilla
desparramada; arrimándose al cojudo una yegua madrina baya cabos negros con una
potranca colorada de mala cara.
Yo le avisé a Don Pedro que había
una yegua madrina, este tirando el pucho y con una puteada me dice: -córtele a
ver si la puedo separar, él le silbaba bajito, la yegua miraba al padrillo y a
él. En ese momento de indecisión la pudimos cortar, Don Pedro se acercó, le
tocó el anca y le manoteó el cogote, le sacó la manea que llevaba en la
collera.
Sacó la manea de su caballo y le
puso doble manea a la yegua, la arrió con un látigo y la llevó con la tropilla
(todos los miembros de la tropilla estaban mordisqueados) por lo pronto pudimos
salvar a la madrina y a la potranca.
Al padrillo le pareció que nos
arrimábamos mucho, pegó un relincho y disparó seguido de sus yeguas, es por
ello que el paisano le tiene odio a los caballos baguales, porque roban la
madrina y así desparraman a la tropilla; esto lo hacen los padrillos nuevos,
que no pueden hacerse de yeguas que han sido acaparadas por los caballos más
veteranos.
A mí no me desilusionaron los
caballos baguales, al contrario, sus sentidos exacerbados al máximo por el
ejercicio constante, son dignos de encomio, sobre todo, por olfato, como
pudimos comprobar en otra oportunidad.
Estamos emprendiendo el regreso,
cuando visualizamos a un manadón de por lo menos once yeguarizos. Se trataba de
la manada del overo que emprende una veloz huida. Mientras seguimos andando,
Don Pedro va prendiendo fuego el mata sebo. Al preguntarle por qué hace eso me
contesta: -los baguales le tienen mucho miedo al fuego porque lo produce el
hombre y este hecho puede favorecer a otros paisanos que anden recorriendo el
campo para bolear a los baguales.
Los baguales son muy madrugadores
y vespertinos, en esas horas del día tienen muy poco requerimiento de agua,
pues aprovechan al máximo el rocío, por eso mañerean mucho para bajar el agua y
lo hacen resoplando, olfateando.
Cuando no ven peligro llegan y,
como dicen los paisanos, se encharcan, llegando a tomar cerca de setenta litros
de agua, por lo que, después de hacerlo, se encuentran muy vulnerables al acoso
del hombre y se acalambran enseguida.
Finalmente, al terminar estas
jornadas, como la que acabo de describir, siento alegría por haber conocido
todo esto pero a la vez tristeza al ver que se van perdiendo.
Julio Manuel Narváez - Ingeniero Huergo.
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