martes, 10 de abril de 2012

Historia de vida sobre caballos baguales por Julio Manuel Narváez.



Historia de vida sobre caballos baguales.

Hace un tiempo, había combinado con el señor Pedro Juárez (un gaucho de los antes) que me esperaría en la costa sur del río Negro con una yunta de caballos de andar.

Sin pensarlo más traqueamos para el sur, era el mes de abril de 1957. Ya las tardes se iban acortando, así que al atardecer llegamos a un charco barroso rodeado de unas matas de monte que se encontraba sobre la planicie; dos perros que nos acompañaban querían tomar agua allí, y mi compañero los echó del lugar. Le preguntó: ¿por qué hace eso? y me contesta: primero tenemos que sacar agua para nosotros. Luego hizo n fuego y usando él un tacho de pava, preparó unos mates que compartimos. Yo también me moría de sed.

Entre mate y mate, y que conversamos un poco, empezó a oscurecer. Los perros se levantaron y se pusieron a ladrar a un hombre que andaba a pie, que nos dijo: -“Buenas noches”, se trataba del señor Enrique López, quien era muy gaucho; solía soltar el caballo y lo agarraba en el campo, como lo hizo en esa ocasión. Nosotros atamos las cabalgaduras en un monte de olivillos mientras conversaba con el paisano conocido, le encargo si podía conseguirme un bagual overo, a lo que me contestó que iba a tratar de bolearme uno. Cerca de donde acampábamos dijo haber visto dormitando a la manada de Paleta Blanca; a las distintas manadas de caballos las van denominando de acuerdo a características de alguno de sus componentes. En este caso se trata de las del cojudo de pelaje zaino con la particularidad de tener una paleta blanca, se trataba de un animal bastante viejo. Si habría gambeteado tiros de boleadoras, pero no pudo gambetearle al destino, pues apareció muerto en la costa del río a consecuencia del gusano del cuajo, según mi informante.

Durante la noche y habiendo pasado mucho frío, sentí como se levantaba “Don Pedro” y me cobijaba con un ponchito, un perro echado a mis pies aumentaba el calor de mi cuerpo.

Así fue pasando la noche y apenas amaneció, después de unos mates, ensillamos. Nuestros caballos también habían pasado una mala noche, se habían enredado, estaban entumecidos y con el lomo escarchado. Rumbeamos el charco “La Espuela”. A poco de andar, me dice Don Pedro: -“Ahí tiene a sus baguales” y poniendo la pierna sobre la cruz del animal, se pone a liar un cigarrillo (aún hoy me parece verlo en tal postura).

Mis ojos no daban abasto viendo caballos por todos lados, dos yeguas torbillas inmóviles como estatuas mientras el padrillo se paseaba delante de ellas. A mi izquierda una tropilla desparramada; arrimándose al cojudo una yegua madrina baya cabos negros con una potranca colorada de mala cara.

Yo le avisé a Don Pedro que había una yegua madrina, este tirando el pucho y con una puteada me dice: -córtele a ver si la puedo separar, él le silbaba bajito, la yegua miraba al padrillo y a él. En ese momento de indecisión la pudimos cortar, Don Pedro se acercó, le tocó el anca y le manoteó el cogote, le sacó la manea que llevaba en la collera.

Sacó la manea de su caballo y le puso doble manea a la yegua, la arrió con un látigo y la llevó con la tropilla (todos los miembros de la tropilla estaban mordisqueados) por lo pronto pudimos salvar a la madrina y a la potranca.

Al padrillo le pareció que nos arrimábamos mucho, pegó un relincho y disparó seguido de sus yeguas, es por ello que el paisano le tiene odio a los caballos baguales, porque roban la madrina y así desparraman a la tropilla; esto lo hacen los padrillos nuevos, que no pueden hacerse de yeguas que han sido acaparadas por los caballos más veteranos.

A mí no me desilusionaron los caballos baguales, al contrario, sus sentidos exacerbados al máximo por el ejercicio constante, son dignos de encomio, sobre todo, por olfato, como pudimos comprobar en otra oportunidad.

Estamos emprendiendo el regreso, cuando visualizamos a un manadón de por lo menos once yeguarizos. Se trataba de la manada del overo que emprende una veloz huida. Mientras seguimos andando, Don Pedro va prendiendo fuego el mata sebo. Al preguntarle por qué hace eso me contesta: -los baguales le tienen mucho miedo al fuego porque lo produce el hombre y este hecho puede favorecer a otros paisanos que anden recorriendo el campo para bolear a los baguales.

Los baguales son muy madrugadores y vespertinos, en esas horas del día tienen muy poco requerimiento de agua, pues aprovechan al máximo el rocío, por eso mañerean mucho para bajar el agua y lo hacen resoplando, olfateando.

Cuando no ven peligro llegan y, como dicen los paisanos, se encharcan, llegando a tomar cerca de setenta litros de agua, por lo que, después de hacerlo, se encuentran muy vulnerables al acoso del hombre y se acalambran enseguida.

Finalmente, al terminar estas jornadas, como la que acabo de describir, siento alegría por haber conocido todo esto pero a la vez tristeza al ver que se van perdiendo.

Julio Manuel Narváez - Ingeniero Huergo

Carta de lectores que fuera publicada en el semanario "LA COMUNA DE VILLA REGINA"  corresponde a la edición Nro. 437, Espacio de Opinión, miércoles 4 de abril de 2012.
Foto internet ilustrativa de la entrada.

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