En un nuevo aniversario de la ciudad más tana que tenemos en la Patagonia, una de sus vecinos recupera el espíritu de aquellos pioneros que supieron hacer de este desierto un valle fértil.
Por Ana Karina Caverzan (*)
La inmigración es siempre un proceso traumático. Hay algo esencialmente desgarrador en la decisión de abandonar lo propio, lo familiar, lo conocido, para radicarse en una realidad ajena.
Todo resulta raro, foráneo, hostil. Los lugares no tienen resonancia, la gente parece distante, las costumbres resultan extrañas y uno se encuentra un buen día evocando melancólicamente lo que dejo atrás sin recordar las razones que lo impulsaron a irse.
Por necesidad, uno se junta con los que se parecen a uno, y pasa de la normalidad al ghetto, de la mayoría a las minorías. No importa cuales, solo importa que te incluyan.
El 19 de octubre de 1876, bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda, el Congreso aprobó la ley de Inmigración y Colonización, la cual, durante el medio siglo siguiente, definiría la composición y el carácter de la sociedad argentina.
En 1869 la población argentina era de 1.800.000 habitantes. Entre 1880 y 1905, la inmigración neta fue de 2.827.800. En el momento que comenzaba la Primera Guerra Mundial, el 30 por ciento de la población argentina era extranjera.
El inmigrante se ha trasplantado con el objeto de sobrevivir, pero también de progresar económicamente. Al hacerlo, sabe o confía en que al final del camino hay una luz de esperanza que les cambiara la historia, intentando un futuro venturoso para su descendencia.
La grappa casera... ¿en qué casa, en el pueblo o en la chacra, no se la hacía artesalmente?
Los trentinos que llegaron a Villa Regina fueron muchos, una de las regiones que más inmigrantes expulso en Italia y este edificio abrigo la añoranza de muchos de esos paisanos. La construcción de este edificio en principio los unió para poder levantarlo y después fue un punto de encuentro donde limpiar heridas, donde la polenta calentaba el cuerpo, pero compartida entibiaba el alma y en medio de este viento patagónico soñaban con Trento y sus montañas.
Esta es la fuerza de la inmigración y esta es la clave de su éxito.
Hablar de inmigrantes acá y hoy, es hablar de la búsqueda de nuevos horizontes, que tienen que ver casi exclusivamente con mejoras económicas, o búsqueda de estados que ofrezcan algunas garantías. Pero cuando emigraron nuestros nonnos, emigrar era la búsqueda cuestiones básicas para sobrevivir, esto es paz y pan.
Y ya que hablamos de pan, como estamos en el trentino, al pan pan, y al vino .....Grapa.
Acá se trata de defender lo que no se ve, eso que no se puede tocar, los olores, los aromas, la música, y el idioma. Las cosas que los ojos no pueden ver, porque viven en el alma.
Acá no hay espacio para comida gourmet, para porcelanatos, cristalería ni mantelería de restaurant 5 cubiertos. Este es el lugar para el aroma a ragú hirviendo, el perfume de una grappa casera, la rusticidad de una polenta cocinada a la leña mezclada con cuchara de madera y el olor penetrante del chucrut fermentando en la barrica.
Estamos frente a un gran desafío, está en nosotros mostrar de qué madera estamos hechos. Demostremos que podemos sostener lo que hicieron nuestros nonnos, y que si bien Villa Regina es una tierra hecha de inmigrantes de muchos países, Italia sin dudas es la forjadora de la idiosincrasia de nuestra ciudad.
Este Círculo Trentino lleva 55 años de actividad, muchos de los que hicieron la historia de este lugar hoy ya no están. Aún estamos a tiempo de pensar que vamos hacer con la memoria, los recuerdos y tradición culinaria de esos trentinos que pensaron e hicieron esta institución. Este es nuestro homenaje a todos los inmigrantes que con tanto esfuerzo levantaron esta ciudad.
(*) Miembro del Círculo Trentino de Villa Regina.
Publicado en Diario "Río Negro", 2/11/2017. Las imágenes pertenecen a la misma publicación.
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