Una soleada mañana otoñal, enfundados en sus buzos de egresados, Selene y Gabriel caminan por las instalaciones de la Escuela Agraria Alto Valle Este de Villa Regina, donde cursan 200 alumnos. Son los guías de una recorrida que empieza por la huerta y el invernadero.
“Como saben, la red de canales secundarios y terciarios alimentados por el Principal es lo que lleva el agua a las chacras y nos permite plantar, cosechar y tener animales en la escuela”, explica Selene Salazar, que estudió el sistema de riego en la materia Fruticultura en quinto año.
Como sus compañeros, puede calcular la carga de cada canal de acuerdo con el diámetro, el ancho y la altura, sin olvidar que hay un centímetro de pendiente cada 25 metros. “Unos capos los que crearon este sistema hace 100 años. A puro esfuerzo e inteligencia, con las manos, sin tecnología”, agrega.
A los 18, ella y Gabriel Zúñiga están en el último año, el sexto, junto a otros 22 chicos y chicas, pero aún no saben dónde será el viaje para celebrar el final de la secundaria. “Por ahí unos días a Las Grutas o a la cordillera, ya veremos. No queremos poner en más gastos a nuestras familias. Bastante con lo que ponen para que estudiemos: la matrícula, los libros, el viaje hasta acá”, explica Selene.
Estudiar en este establecimiento público de gestión privada cuesta 1.500 pesos por mes. Y 100 pesos cada vez que optan por quedarse a almorzar.
El comedor es amplio y con luz natural y atrás, en la cocina, Ely prepara canelones de verdura. Alrededor, los pasillos se ven limpios y las paredes sin una mancha. “Están igual que el 7 de noviembre 2009, cuando se inauguró este edificio. Los chicos lo cuidan”, afirma Diego Barenghi, presidente de la Fundación que sostiene el funcionamiento de la escuela y que nuclea a las fuerzas productivas de Regina que impulsaron su creación y que también colaboran con becas. La provincia, por su parte, aporta los sueldos de los docentes.
“La Provincia les paga a los docentes. Y nosotros a los seis empleados y el funcionamiento. La educación es una inversión, no un gasto…”.
Diego Barenghi, presidente de la Fundación Escuela Agraria Alto Valle Este.
El invernadero
La escala siguiente es el invernadero con las gírgolas: buscaron los troncos de los álamos, los cortaron, limpiaron, inocularon y taparon. El riego es por microaspersión y la cobertura de luz es del 80%, entre la media sombra gris y la lateral doble negra.
“No es una semillita que se pone y crece”, dice Gabriel, que pone en práctica en la chacra familiar en Chichinales lo que aprende aquí. De lunes a viernes se queda en lo de su abuela, en Regina.
Selene, en cambio, no viene de familia de chacareros, pero en el pequeño patio de su casa de plan de viviendas armó una huerta con las que aportó ensaladas. “Hasta le pude regalar a los vecinos”, cuenta. El área de experimentación es su preferida: quiere estudiar Genética en Misiones.
Gabriel se enfila hacia la bioquímica, pero aún no está del todo decidido. ¿Y que dicen de la formación que recibieron aquí? “Es excelente, con variedad de talleres y materias, huerta, granja, biología… está buenísimo”, dice Gabriel. “No es como otras escuelas que se ponen técnicas en tercer o cuarto año. Es agraria desde primero”, completa Selene.
La recorrida continúa por el deshidratador solar, la huerta orgánica y la sala donde Miguel, uno de los empleados, prepara ahora los productos que se venderán en la feria el sábado. Luego es el turno de la granja: gallinas ponedoras, conejos, ovejas. Producen el forraje con el que se alimentan los animales. Y proveen de huevos y acelga al comedor.
De regreso en la huerta, Selene cuenta que el suelo tenía salitre. “Lo solucionamos con el subsolador”, explica. Después los dos se despiden con una sonrisa: es tiempo de volver a clase.
30 chicos no pudieron ingresar este año.
Este año, por primera vez desde que abrió la escuela hace casi 10 años, 30 aspirantes a entrar no pudieron hacerlo: los dos cursos de primer año estaban completos. Tienen prioridad para ingresar los hijos de productores y trabajadores rurales. Los padres de todos deben explicar en una carta por qué la eligieron.
“De las escuelas parroquiales se están viniendo para acá”, señala Diego Barenghi. Y agrega: “Les explicamos que es lejos, que hay doble escolaridad, que vienen para aprender a laburar, que hay que levantar bosta. No es bonita, la hacen bonita los chicos”.
Selene, alumna de sexto año, por su parte, mientras explica el trabajo con las gallinas ponedores, dice: “Salimos con el título de técnico agropecuario que nos avala, por ejemplo, para asesorar emprendimientos. Es muy buena esta escuela”.
Publicado en Diario "Río Negro", 22 de Abril de 2019.-
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