Apasionada por la vida en la chacra, esta productora combina
herencia y modernidad en una historia que refleja cómo el recambio generacional
sostiene el alma productiva de Villa Regina.
Cuando habla de fruticultura, Laura Mihaljevic se le aceleran las palabras. Las ideas y los recuerdos fluyen con la misma energía con la que defiende la actividad. “Soy así, pasional. Lo llevamos en la sangre, así somos los croatas”, dice con orgullo. En su voz se condensa la historia de una familia que, desde hace generaciones, vive al ritmo de la tierra.
Su bisabuelo llegó desde Croacia a comienzos del siglo
pasado en busca de trabajo. Años más tarde, su padre, Markan, cruzó el océano
con apenas una valija, un molinillo de café y un trozo de pan. Viajó junto a su
abuela para reencontrarse con el abuelo, que había emigrado veinte años antes.
“Mi papá dormía entre los chanchos para calefaccionarse”, recuerda Laura. “Esa
historia de sacrificio fue la que nos marcó a todos.”
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| Gentileza: Infocampo.- |
Con esfuerzo y tenacidad, la familia se estableció en Villa
Regina, donde levantó su chacra y comenzó a cultivar peras y manzanas. En ese
paisaje de álamos y acequias se forjó la identidad familiar y el amor por la
tierra. “Nos criamos entre el trabajo y los árboles. Mi papá nos enseñó que la
tierra se respeta con esfuerzo, que los logros llevan tiempo y que la fruticultura
es una escuela de vida.”
Laura estudió agronomía convencida de que su futuro estaba
en el Valle. “Siempre supe que iba a volver. Es difícil despegarse del río, del
olor a fruta, de las estaciones que marcan la vida. Este es mi lugar en el
mundo.” Hoy forma parte del trabajo familiar y es una de las voces que
representan el recambio generacional dentro de la producción reginense.
“Villa Regina tiene
un potencial tremendo. De todo el Valle, creo que es una de las ciudades con
mayor capacidad de recambio generacional, y eso no es poca cosa”, afirma. Y
enseguida amplía: “En nuestra cotidianidad, la fruticultura ocupa un lugar
fundamental en el arraigo y en el inconsciente colectivo. Respiramos
fruticultura, la amamos. De esta actividad viven muchas otras que se sostienen
gracias a ella. Ocupa un lugar especial en nuestro corazón y en nuestra
historia.”
Consciente de los desafíos actuales, no pierde el
entusiasmo. “Vivimos años bisagra, difíciles en lo social, en lo cultural, en
lo político y en lo climático. Pero acá no bajamos los brazos. Los reginenses
la peleamos con orgullo y con pasión”, señala.
También reclama un mayor reconocimiento al productor. “Me
gustaría que no estemos infravalorados, que la dirigencia entienda que no somos
enemigos. Si todos tiramos del carro para el mismo lado, vamos a estar mejor.”
Su vínculo con la tierra tiene algo de espiritual. “Cada vez
que camino la chacra se me hincha el pecho. Cierro los ojos y siento el aroma a
acequias, a álamos, a frutas. Me da una sensación de libertad enorme. Nos
dedicamos a una actividad noble y valiosa. Como decía Cicerón, la agricultura
es la actividad justa para todo hombre libre.”
Y cuando le toca definir lo que siente por su ciudad y por
su oficio, no duda: “Vamos en contramano, como el salmón, pero producimos
alimentos para el mundo: vitaminas en su envase natural. Amo Regina, amo el
Valle y me apasiona la fruticultura.”
Publicado en RURAL del Diario Río Negro.
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