domingo, 12 de mayo de 2019

DE HUERGO A BERLÍN, CON ESCALA EN BAIRES Y MADRID por Mauro Moschini.

Existen vidas singulares. No necesariamente “raras” pero sí únicas. La vida de José Luis Pizzi es una de esas. Comenzó en 1959 en Ingeniero Huergo. Allí vino al mundo, como el primogénito de una familia chacarera. Su vida continúa ahora en Berlín (capital literaria del momento, no por nada ahí vive Samantha Schweblin y Alan Pauls pasó hace poco) donde Pizzi trabaja en la librería La Escalera y presenta su nueva novela, entre otras cosas. Antes, vivió en Madrid, y antes de eso, en Buenos Aires. De profesión, Pizzi es abogado. Por eso y por enamorarse platónicamente de una mujer que investigaba la homosexualidad en Buenos Aires, participó a principios de la década de los ’90 en la lucha de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y otras organizaciones.
Pude realizar esta entrevista porque Pizzi vino el mes pasado a Huergo, para visitar a su familia y presentar El actor. Tengo que agradecer la sagaz intervención de Cristian Riquelme, quien organizó la presentación conjunta de la novela de Pizzi y mi libro de ensayos. Gracias a esa presentación, que empezó despertándonos cierto recelo pero nos terminó pareciendo una gran idea, pudimos conocernos bastante bien. Me encontré con él antes y después de la presentación y pudimos charlar largo y tendido. Esta entrevista quiere dar a conocer un poco más de su vida singular, de su atípica biografía.
“En Huergo viví solo 17 años”, comenzó a contarme Pizzi. “Hice la primaria en la Escuela 12 y después el secundario en el Comercial Emilio Pérez. Tengo pocos recuerdos de esa época, nada demasiado trascendente, por lo menos de la primaria. Después, de la secundaria, sí. De hecho nos juntamos a cenar el otro día los sobrevivientes, porque a esta altura ya no estamos todos, de aquella promoción. Fue una fiesta sorpresa, muy emotiva”.
¿Cómo siguió tu vida después de terminar el secundario?
Me fui a La Plata a estudiar. Dos años estuve. Siempre pensaba que iba a ser arquitecto, por una cuestión muy pajera de mi parte, porque cuando era chico venía un pariente lejano que era arquitecto y siempre estaba con una chica diferente, cada vez más linda. De crío yo nunca ligué nada acá, así que por eso me impresionó. Pero después de dos años me di cuenta de que eso no era lo mío, ni ligar con chicas tan lindas ni ser arquitecto. Así que volví a Huergo. Estuve unos tres meses acá, trabajaba en Roca en una compañía de seguros. A los tres meses me echaron porque me quedaba siempre dormido. Tenía que despertarme a las 4 de la mañana, tomar El Valle en la ruta y después llegaba a un cabaret donde me había hecho amigo de las chicas. Ahí hacía tiempo tomando café o mate sin pagar, hasta las 6 de la mañana que abría la oficina. Era bastante literario el tema, pero demasiado complicado para vivirlo en el día a día. Cuando me echaron tuve una pelea muy fuerte con mi viejo, que era chacarero y no quería que yo estudiara, porque si el mayor trabajaba quién iba a trabajar la tierra… ese tipo de cosas que eran muy nobles de él, pero totalmente alejadas de lo que yo pensaba y lo que yo quería. Y como yo era el mayor abrí camino para que mis hermanos puedan estudiar, pero ninguno se dedicó a la chacra. De hecho, murió mi viejo y la chacra se fue al diablo, mi vieja la tuvo que vender.
¿Qué pasó después de esos meses en Huergo, después de tu paso por La Plata?
Me dieron una plata de la indemnización por esos tres meses de trabajo, mi abuelo español, el padre de mi vieja, me tiró unos mangos. Me acuerdo que me dijo “este pueblo no es para vos, andate”, con todo lo que me quería y yo lo quería a él. Él me hizo la gamba toda la vida, se interpuso con mi viejo para que yo pudiera estudiar. Con esa plata que me dio (que eran los ahorros que tenía abajo del colchón) aproveché para sacar un pasaje de tren, para ese mismo día. Justo se cortó la luz en Huergo, estaba todo absolutamente oscuro. Voy a la estación, llega el tren, y el único pasajero era yo. No había nadie para despedirme. La madre de mi viejo, mi abuela, italiana, estaba internada en Regina, entonces no había más parientes, estaban todos con ella en el hospital. Así me fui de Huergo, no volví nunca a vivir acá.
Esta vez te fuiste a Buenos Aires. ¿Cómo fue tu llegada a la ciudad?
Yo no conocía Buenos Aires. Solo había conocido un pibe en La Plata, y tenía como referencia que vivía cerca del obelisco. No me acuerdo de qué manera yo encontré la pensión donde vivía. Era en Corrientes 1212, Corrientes y Libertad. Llegué solo con un bolso que decía “Visite Necochea”, con un poco de ropa y algún libro. Al otro día encontré a este chico, “El Bugui” se llamaba. Falleció en un accidente unos años después. Me acuerdo que me pusieron un colchón entre la pared y la cama de él. Como la habitación era muy chica, yo quedé con medio cuerpo abajo de su cama y medio contra la pared. A la mañana él se fue a trabajar y en eso llegó la policía. Era el año ’79. Después me enteré que el mismo dueño de la pensión, cuando llegaba un inquilino nuevo, llamaba a la policía para ver si era un subversivo. Yo estaba todavía re dormido cuando llegaron. Me empezaron a preguntar quién era, qué hacía, todo eso. Me zamarrearon y me dieron un par de chirlos. Yo tenía 19 años, me cagué hasta las patas.
Llegaste en un momento bastante complicado…
Yo no tenía una idea muy clara de lo que estaba pasando. En el ’76 yo estaba en quinto año y con 17 años, estando en Huergo, no tenía mucha idea. Después te enterás que era terrible, pero yo me enteré del golpe acá porque bajaron la bandera, subieron otra con el solcito y apareció un gendarme con el intendente que había en ese momento y dijo “bueno, a partir de ahora soy el intendente del pueblo” y fue saludando por las casas. En La Plata sí te das cuenta, esos dos años fueron terribles. Después en Buenos Aires, que el primer día te cague a palos la cana no era muy alentador… De hecho había pensado patinarme la guita que me había dado mi abuelo en el casino de Mar del Plata, y si no ganaba meterme como Alfonsina al mar. Pero bueno, me quedé, hice el examen de ingreso, aprobé el curso para entrar a derecho.
¿Cómo te decidiste por esa carrera?
Decidí estudiar derecho porque un pibe en el tren llevaba la Guía Eudeba y la empecé a leer desde el principio (al contrario de como hacía siempre) vi Abogacía, 5 años y pensé que iba a ser mucho más barato que estudiar arquitectura. Una vez que encontré la pensión y esperaba que llegase el chico que había conocido en La Plata, me fui a la Facultad de Derecho. Justo ese día inscribían las letras O y P, yo llegué 2 minutos antes de que cerraran la inscripción. Mi vocación jurídica no era tan grande, pero esas casualidades me llevaron a ser abogado. Después dejé varias veces la carrera. Me fui un tiempo a vivir a Brasil, a Bahía, por una cuestión de amor, buscando una chica que allá no la pude encontrar. Pero cuando volví la encontré y me casé con ella y es la mamá de mi hija mayor. Eso fue en el año ’85.
¿Y cómo fue que llegaste a ser abogado de la CHA?
Como me gustaba leer y andaba por las librerías, y como me había quedado sin oficina, descubrí la librería Gandhi, que estaba en Montevideo entre Corrientes y Lavalle. Era la vieja Gandhi, que era como un pasillo largo angosto con los libros y al fondo a la derecha, en vez del baño, tenía el bar. Lo atendía el viejo Pablo, un divino, que tuvo mucho que ver también en mi vida. Ahí conocí a una alemana. La conocí de verla nomás y me enamoré. Todos los martes nos veíamos ahí, pero sin hablar. Era un amor platónico puro y duro, que estaba en mi cabeza nada más, ella nunca se enteró. Hasta que un día, yo me anoté en la carrera de Edición de la UBA y justo un martes empezaba. No quería ir, porque no iba a verla a ella. Finalmente fui, un martes, a empezar a cursar y justo me la encontré, ahí en Puan, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Nos reconocimos y no nos quedó otra que hablarnos.
¿Ella te contactó con la CHA?
Sí. Ella estaba haciendo una investigación sobre el movimiento gay en Argentina. Era en el año ’92, cuando se hizo la primera Marcha del Orgullo Gay. Y no sé cómo los chicos que dirigían el movimiento gay del momento necesitaban un abogado y ella, que acababa de conocerme, me ofreció a mí como abogado de ellos. Y a partir de ahí, el 20 de julio (día del amigo) de 1992 yo empecé a trabajar para Gays por los Derechos Civiles como abogado. Una semana después tuve el caso más importante de mi vida. Habían despedido a un marinero de ELMA porque tenía SIDA. Justo ese año se estrenó la película Philadelphia y la jueza era fanática de Denzel Washington y Tom Hanks. En un año tuvimos sentencia a favor.
¿Cómo se tomó tu padre ese nuevo trabajo que estabas haciendo?
A fin de ese año yo vine para aquí con mi hija, que tenía 6 años. Y me pasó una de las cosas más dulces que recuerdo de mi viejo. Estábamos caminando por la chacra… yo nunca le di bola a la chacra, es una de mis grandes culpas con mi viejo, porque para él hubiera sido fantástico que yo por lo menos admirara su trabajo. Yo nunca se lo dije. Pero bueno: estábamos caminando por ahí, no sé si estaba regando, y me dijo “te voy a hacer una pregunta pero no te enojes. Yo no entendí de qué hablaste en la tele, pero eso de los gays… no son putos, no?”. Y yo le dije “sí, viejo, son maricones”. Y él entonces me preguntó: “pero ¿y vos?”. Y yo le contesté: “y yo soy el abogado”. Mi viejo me quería preguntar si yo era tan gay como ellos, sin saber lo que significaba la palabra gay. Pero suponía que los gays eran putos. Me pareció super dulce de un tano chacarero como él que me preguntara de esa manera tan sensible, porque podría haberme puteado. Pero también fue un aprendizaje para él que yo fuera abogado en estas lides, porque a partir de ahí su homofobia congénita comenzó a mermar y muchos de mis parientes y amigos empezaron a mirar la homosexualidad de otra manera.
Por esa época también fuiste candidato a diputado
Fui candidato a diputado en 1993, cuando salieron electos Graciela Fernández Meijide y Chacho Álvarez… era imposible competir contra ellos. De hecho, yo los voté a ellos y no me voté a mí… Fue una época muy frívola. Una vez salió una nota en un suplemento del diario Crónica y en la primer página salió una foto mía, que yo estaba con mi hija a upa, con el título “El primer dipu-gay”. Yo nunca decía cuál era mi orientación sexual y cuando me invitaban a todos esos programas de tele, como el de Mauro Viale, lo único que les importaba era tener un punto más de rating tratándome de hacer pisar el palito para que diga si yo era puto o no. Yo me había hecho amigo de Fogwill, lo conocí en la librería Gandhi. Cuando fui candidato él decía: “no sé si votar a Pizzi, que es de la ultra-izquierda, o a mi amigo Aldo Rico”. Yo creo que lo votó a Rico…
En esa época también elaboré una serie de proyectos de ley que tenían mucho en común con lo que después fue la ley de identidad de género. Y colaboré con la jueza en lo civil Graciela Medina en la ley de unión civil, junto con Carlos Jáuregui, César Cigliutti y con mucha más gente. Después también formulé reformas en la ley anti-discriminatoria, la 23.592, proponiendo la orientación sexual en su texto, como causa también de discriminación. Y le hicimos juicio a Quarracino, cuando dijo que a los homosexuales tenían que tener una zona aparte para no contaminar el resto de la sociedad. Ese juicio lo perdimos, pero se instaló en la sociedad que no era tan gratuito para la jerarquía de la iglesia decir cualquier boludez.
Y después de todo eso, en 2001 te fuiste a vivir a Madrid…
Sí, porque conseguí trabajo allá como fotógrafo. Al tiempo de vivir allá conocí a una artista plástica, hija de un encumbrado personaje madrileño, con la que tuve una breve relación y que me ayudó a conseguir departamento y muchas cosas. En diciembre de 2001 volví a Argentina para ver a mi hija, porque la extrañaba horrores. Llegué un viernes, el corralito fue el lunes y no alcancé a sacar la guita del laburo que ya me habían depositado. Me quedé sin nada, solo tenía la computadora y la cámara de fotos del trabajo. El 12 de diciembre pude volver a Madrid. Vendí un televisor de 14 pulgadas y con eso pude encontrar habitaciones (en esa época conseguir alquiler allá era fácil, después se volvió muy difícil). Vendí cursos de inglés puerta a puerta, después organicé fiestas en un bar, hasta que conseguí trabajo en una inmobiliaria. Estuve unos años viviendo ahí, hasta que en 2008 por la crisis de España decidimos con Astrid, la mamá de mi hija más chica, irnos a vivir a Berlín, porque ella es de allá.
Nuevamente empezaste a vivir en otro lugar y esta vez también en otro idioma… ¿Cómo fueron los primeros tiempos en Berlín?
Los primeros tiempos en Berlín solo me dediqué a estudiar alemán y ser padre. Después empecé a trabajar de Grillmeister (parrillero) haciendo asado para fiestas de cumpleaños. Mientras me puse a averiguar cómo podía ser abogado allá. Por suerte, después de años de buscar, encontré dos artículos (el 206 y el 207 del BRAO) que permiten trabajar como abogado en ciertos casos. Así, a partir de unos contactos que hice en una de las parrilladas, empecé a ejercer mi profesión allá. En las parrilladas yo vendía también mis primeros libros, Son todos canas son todos putos y Leidis ij jabe junga.
Leidis… la escribiste en Berlín y está ambientada allá
Sí. La novela cuenta la vida de un grillmeister argentino, que trabaja como abogado en un despacho medio mafioso. La escribí en una oficina donde trabajé, que era una casa de cuentos en el medio de un bosque, en Grünewald. Una vez que la terminé, no me tenía confianza para mandarla a una editorial, así que lo subí a xinxxi, la plataforma de autoedición de e-books. Y en menos de una semana estaba entre los 5 más vendidos. A mí me pagaban bastante guita por cada novela que se bajaba: en menos de un mes hice 600 Euros… Después la saqué de ahí, hice una edición en papel. La presentación de esa edición fue en el atelier de un escultor peruano, que es un centro cultural ahora, en el barrio de Kreuzberg. Me dio cierta fama porque rompió con la solemnidad que solía haber en las presentaciones de libros de allá. Entonces hablé con Daniel Canuti, de la editorial Abrazos, y con él la publicamos. Después salió una traducción al alemán.
Y ahora vas a publicar esta nueva novela, El Actor, con Madera Berlín, otra editorial de allá. ¿Cómo fue el proceso de creación y la edición de esta novela?
El actor la mandé en noviembre de 2018, a la editorial, sin título porque no se me ocurría ninguno bueno. Antes de publicarla la di a leer en un grupo de lectura del que participo y ahí tuve algunas sugerencias muy buenas, que tomé en cuenta para una nueva corrección. Después la novela pasó por un proceso largo de corrección por parte del editor y otros lectores. Recién ahora me estoy enterando de cómo quedó finalmente la novela, por las cosas que me dicen quienes la van leyendo. Es una especie de changuito cañero, como Palito Ortega, pero sin el éxito de Miami…
PUBLICADO EN LA TAPA VILLA REGINA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario