Costos crecientes en la producción y elaboración jaquean al sector. En la exportación los varietales premium mantienen su nicho, pero a nivel local hay precios deprimidos.
El descalabro de la economía argentina sumió a varios sectores productivos en una encrucijada de difícil salida. Uno de los sectores que padece esta situación es la vitivinicultura, que por estos días se debate en un escenario donde mandan el endurecimiento o la caída de exportaciones, un mercado interno que no da señales de recuperación, una inflación que no deja de presionar sobre una estructura de costos creciente, lo que termina generando un debilitamiento generalizado toda la cadena productiva y de comercialización del sector.
Aunque algunos actores logran zafar de la situación, sobre todo aquellos de mayor envergadura, o al menos tienen espaldas como para que no los afecte demasiado, los pequeños y medianos productores sufren un desfinanciamiento y una pérdida de rentabilidad que atenta directamente contra su permanencia en el sistema.
Para ponerlo en números, un reciente informe de la Asociación de Cooperativas Vitivinícolas Argentinas (Acovi) muestra que en estos momentos, un productor vitivinícola de pequeña escala tiene un retorno negativo por la actividad que desarrolla.
El trabajo de Acovi destaca que la producción y elaboración de vino blanco escurrido en un escenario base (ver recuadro), con un rendimiento de 200 quintales por hectárea y con un precio pagado al productor de 2,10 pesos por litro según datos de la Bolsa de Comercio corresponden ingresos mensuales totales de 25.947 pesos y anuales por 311.358 pesos. En contrapartida a estos ingresos, el productor tiene un costo total con amortización de 53.681 pesos mensuales y 644.176 pesos anuales, por lo cual su rentabilidad es totalmente negativa. Según estos valores, un productor que se dedica a la elaboración de vino blanco escurrido tiene pérdidas mensuales por 27.735 pesos y anuales por 332.818 pesos. Como se puede apreciar la ecuación es sumamente desfavorable para este caso productivo en particular.
El ejemplo anterior se complejiza aún más si al escenario base se le suma una situación en la que estuvo presente el granizo en algún momento del período productivo. En este caso, las pérdidas mensuales se incrementan hasta los 31.627 pesos mensuales, y a 379.521 pesos anuales.
Difícilmente un productor pueda continuar por mucho tiempo en la actividad si los resultados que obtiene al final de cada temporada son de la magnitud de los expresados anteriormente.
Para lograr un punto de equilibrio en un escenario base, el rendimiento en 15 hectáreas tomadas como ejemplo debería ser de 413,78 quintales por hectárea o en su defecto el precio obtenido por el productor debería trepar hasta los 4,35 pesos por litro. Resulta una obviedad decir que cualquiera de las dos variables que deben experimentar modificaciones para que se logre un punto de equilibrio son de difícil resolución en lo inmediato.
Más difícil de resolver es si al escenario base se le agrega una situación de granizo, ya que de esta manera el rendimiento por hectárea debería ser de 486,81 quintales o bien el precio obtenido por las ventas debería ser de 5,12 pesos por litro, es decir en ambos casos habría que obtener más del doble de rendimiento o de valor de venta de lo que se logra en la actualidad.
Pero si a los productores de vino blanco no les va para nada bien, los que tienen en su portafolios la producción de vino genérico no están en mucha mejor posición.
El informe de Acovi muestra que para los tintos genéricos el ingreso mensual está en 24.617 pesos y el anual en 295.400 pesos. Para este ejemplo, el costo total con amortización es de 50.847 pesos mensuales y 610.167 pesos anuales. En síntesis, un productor que hace vino genérico en 15 hectáreas, al final de este ciclo productivo tendrá pérdidas mensuales por 26.231 pesos y anuales por 314.767 pesos.
Si al escenario base se le agrega la ocurrencia de granizo, entonces las pérdidas mensuales se estirarán hasta 29.923 pesos y las anuales llegarán a 359.077 pesos.
Para alcanzar un punto de equilibrio, este productor debe alcanzar un rendimiento de 309,83 quintales por hectárea (364,51 qq en un escenario con granizo) o bien recibir 5,50 pesos por cada litro de vino comercializado (con granizo, $6,47 por litro). La realidad indica que en esta temporada, el rendimiento será de 150 quintales por hectárea y el precio obtenido por sus ventas de 2,66 pesos por litro. Todo muy lejos de una situación ideal, y con un claro desfinanciamiento que aunque por ahora se pueda disimular de algún modo, en algún momento futuro pasará la factura ya sea a través de la imposibilidad de reconvertir, de renovar maquinaria, o de modernizar instalaciones y procesos de elaboración.
El otro efecto.
La difícil situación que atraviesan los pequeños y medianos productores vitivinícolas, que también afecta a los que operan en el ámbito regional, es preocupante y más si se tiene en cuenta que no habrá respuestas inmediatas porque nada hace suponer que vayan a sufrir modificaciones las variables económicas. Una probable devaluación sobre el peso, a la que muchos apostaban y que para muchas economías regionales aportaría un poco de oxígeno a su realidad económica, fue descartada de plano en la última semana por el flamante titular de Banco Central de la República Argentina, Alejandro Vanoli.
Tampoco la inflación parece dispuesta a dejar de ejercer presión sobre todo tipo de insumos necesarios para producir y elaborar vinos, incluso los que se pagan en dólares. Esta variable en particular además ejerce presión sobre los costos laborales ya que la mano de obra necesaria para realizar tareas en chacras y bodegas pugna por no perder terreno en materia salarial y reclama continuas correcciones en los sueldos para no perder poder adquisitivo.
Pero más allá del contexo desfavorable para pequeños y medianos productores, la realidad también pega en otros segmentos de la actividad. Uno de ellos es la inversión sectorial.
Lejos quedó en el tiempo cuando era moneda corriente el anuncio de nuevos emprendimientos productivos, fuertes inversiones en reconversión, en compra de equipamiento para el armado de bodegas, la llegada de actores extranjeros para elaborar vinos en territorio argentino o la adquisición de empresas ya consolidadas.
En la última Encuesta de Expectativas del CiFEM (Centro de Información de la Federación Económica de Mendoza), se concluyó que sólo 18% de los empresarios mendocinos tienen previsto realizar alguna inversión en lo que resta del año, según publicó La Política Online (LPO). El número es más bajo que el 23% que planeaban invertir en el mismo período del año pasado, según la versión 2013 del informe.
No obstante este sombrío panorama, los bodegueros más reconocidos a nivel nacional no pierden la esperanza.
"Ya estamos insertados en los mercados, por lo que prevemos que con un cambio de coyuntura tendremos una alta demanda como venía ocurriendo, y si se corrigen las cuestiones internas, el futuro es optimista", aclararon a LPO.
El mismo texto señala que un informe reciente de la Fundación IDEAL, en el apartado "costos", sostiene que aumentó 36% lo que se debe invertir para mantener un viñedo.
"Los costos operativos de producción de un viñedo se incrementaron un 36% durante el último año, tanto en uvas básicas como en varietales. Sin embargo, los precios pagados por el mercado se mantuvieron prácticamente en niveles similares a la temporada anterior, aspecto que redujo sensiblemente la rentabilidad de la actividad", afirmó un informe de areadelvino.com
Exportaciones.
Todo proyecto productivo tiene su sustento en la parte comercial, que es la que le permite mantenerse con vida en un principio y luego crecer. Hace algunos años atrás, la vitivinicultura nacional se trazó metas sumamente ambiciosas que durante varias temporadas fueron viento en popa, pero que ahora entraron en una meseta, con tendencia a decrecer.
Según los últimos datos proporcionados por el Instituto Nacional de Vitivinicultura, entre enero y agosto de este año salieron al mercado -al de exportación y al interno- un total de 8,7 millones de hectolitros, un 5,4% menos que en similar período del año anterior. Del total mencionado, 5,1 millones de hectolitros fueron de vinos sin mención varietal, los que experimantaron una merma del 10,3% respecto de la temporada 2013.
Sólo los varietales y los espumosos mostraron un desempeño favorable este año respecto del anterior. Los varietales incrementaron sus ventas un 3,8% al totalizar 2,6 millones de hectolitros comercializados. Los espumosos crecieron 3,5% entre ambas temporadas, y sus ventas alcanzaron los 255.196 hectolitros.
Discriminados por destino, el volumen enviado al mercado interno argentino en ocho meses del 2014 fue de 6,4 millones de hectolitros, un 4% menos que el año anterior. El mayor volumen despachado fue de vinos sin mención varietal, de los que se colocaron 4,9 millones de hectolitros.
La exportación totalizó 1,7 millones de hectolitros, en su mayoría vinos varietales cuyo volumen se ubicó en 1,4 millones de hectolitros.
Publicado en Suplemento "El Rural" del Diario "Río Negro", sábado 11 de octubre de 2014.
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